Antes de morir su madre, Petitet le prometió que algún día devolvería la rumba catalana a la cima, a ser posible en uno de los escenarios más importantes.
Joan Ximénez Petitet, un corpulento gitano del barrio del Raval de Barcelona, había acompañado —tocando los bongos— a muchos de los grandes músicos de rumba. Su padre fue palmero del famoso ídolo de la rumba catalana, Peret, ya muerto igual que todos los grandes nombres de su generación que popularizaron e internacionalizaron la rumba catalana.
Antes de morir su madre, Petitet le prometió que algún día devolvería la rumba catalana a la cima, a ser posible en uno de los escenarios más importantes como es el Gran Teatro del Liceo. Es hijo único y padece miastenia gravis, una enfermedad de las llamadas “raras” que solamente se diagnostica a una de cada 50.000 personas en todo el mundo y cuya cura aún no se ha investigado lo suficientemente.
Ahora, para poder cumplir su promesa, deberá reunir a una veintena de músicos gitanos —geniales, aunque indisciplinados— y conseguir el milagro que supone ponerse de acuerdo con una orquesta sinfónica. Los ensayos, ciertamente, son un caos: sus gitanos no han leído nunca una partitura. A pesar de las dificultades, Petitet aprovecha tanto los días buenos como los malos, dispuesto a cumplir la promesa que le hizo a su madre.